Cuando hemos terminado de escribir nuestra novela o trabajo académico, nos enfrentamos a la siguiente fase. A la fase de corrección. Por supuesto, antes de enviarle nuestro texto al corrector, podemos hacerle el camino más sencillo y revisarlo nosotros, básicamente porque es nuestro, porque somos escritores y para darle el toque de coherencia que pretendemos. Soy consciente de que un escritor no tiene por qué saber ciertas normas y usos de un corrector profesional, pero sí puede revisar, con estos consejos, su estilo y mensaje.
Estudiar todo el proceso
Si quieres que lo que has escrito sea eficaz, no solo debes prestar atención al resultado final. Debes empezar a leer desde el principio, dudando de las palabras que has puesto, si todas tienen la intencionalidad que deseas, ya que si cambias alguna de ellas puede suponer reestructurar la oración o todo el párrafo. Hay veces que cuando hay cacofonía en una oración, no solo me basta con escribir algún sinónimo de una de ellas, hay que borrar y enfocar la idea de una forma distinta.
Detectar errores
Ay, ¡los errores! Puedes leer el texto veinte veces, y no descubrir ese error descomunal de concordancia o esa tilde en un monosílabo que te está matando lentamente pero que no te das cuenta. Muchas veces los errores pasan inadvertidos, pero no solo los ortográficos o los de estilo, sino también los de contenido. Os voy a poner un ejemplo, en una novela que tuve la oportunidad de corregir, me di cuenta de que siempre que los protagonistas preparaban comida, era pasta. Parecía que solo hubiese pasta en el mundo. Oye, no es un mal plan, pero nuestra dieta se compone de más alimentos. El escritor necesita a alguien que juzgue los aspectos más escondidos de tu novela con actitud crítica y se fije en la ortografía, vocabulario, muletillas, tópicos, organización para ver si transmite la idea adecuada.
Ponerse en el lugar del lector
A no ser que seas un escritor que quiera guardar su novela en un cajón (hay muchos cajones amantes de la lectura, no penséis), tu obra es para un público, un público con un determinado rango de edad, un receptor con una determinada intención. Por ello, cuando leamos el texto, lo tenemos que hacer como si fuésemos un lector ajeno al proceso de escritura. Tenemos que tener en cuenta sus conocimientos y circunstancias. No es lo mismo describir un pueblo de Mongolia (en el que no hemos estado y muchas palabras nos serán desconocidas) que los pueblos blancos de Cádiz, a los que podemos «poner cara». Y nada tiene que ver escribir un ensayo sobre los humedales de España que una novela donde los humedales de España tengan un trasfondo; en este último caso, el vocabulario no será tan técnico.
Hacer resúmenes y esquemas
Esta idea me recuerda a lo que hacíamos en la universidad. Esquemas, resúmenes y más esquemas y más resúmenes de los apuntes para sintetizar las ideas clave. Pues con esto sucede lo mismo. Es bueno repetirse una y mil veces en la mente la secuencia de los hechos de tu novela. Primero pasa esto, luego esto y luego esto, y que en cada transición haya una clara justificación. Cuanto más fácil sea resumirla, más coherente será. Solo así sabrás si es un texto redactado con orden y claridad. Esta técnica la puedes aplicar en un texto o en párrafos que te están resultando un poco farragosos y necesitas centrarlo en un idea básica con título y subtítulo si estamos hablando de un trabajo académico. Si es una novela, muchas veces será preciso tomarse ese resumen como un relato breve dentro de la trama.
Leer en voz alta
Aunque no os lo parezca, el texto cambia si lo leemos en voz alta. Al darle entonación, nos fijamos más en los posibles errores cacofónicos que pueda haber y que nos pasan desapercibidos en una lectura silenciosa. También la puntuación, las pausas que podemos hacerle, las rimas internas o las repeticiones. Y eso sin contar las intervenciones de los personajes si escribimos diálogos.
No hay que fiarse del corrector de Word
Así es. Es cierto que cuando escribimos erratas con un procesador de textos, faltas de ortografía, concordancias de género, número suelen aparecer subrayadas en rojo o en azul, y algunos errores se corrigen de forma automática (por ejemplo, el ordenador cambia *vasura por basura si lo tenemos así configurado). Ciertamente, es una herramienta muy útil, pero no hay que olvidar que no es una persona, y solo nosotros sabemos si queremos poner pérdida o perdida; dé o de, por ejemplo. Y puede ocurrir que nuestro procesador no corrija todas las faltas de ortografía y al final imprimamos: *e ido a casa mi madre; pero no solo eso, puede cambiar alguna palabra de forma automática sin que nos demos cuenta, pensad en el corrector automático de WhatsApp, pues la diversión está servida.
Hasta aquí, algunos consejos. Pero, recordad, es importante que este sea el paso previo antes de enviar vuestro texto a una corrector. Solo él puede sacaros hasta los higadillos de lo que hemos escrito: estilo, ortotipografía, haceros un informe de lectura, etc. No os asustéis, pero tampoco presentéis vuestro escrito de cualquier manera, sois escritores, sabéis lo que es un diccionario y que existen reglas de escritura. ¡Ánimo con ello!
2 Comentarios. Dejar nuevo
Muy interesante, gracias por compartir tus conocimientos, saludos.
Gracias a ti por pasarte por el blog. Un saludo grande ;).